Como sabréis, así es como se llamaba Estambul, una ciudad fascinante en la que empezamos nuestro viaje más largo. Capital del antiguo Imperio Turco (que no capital actual de Turquía, que ésa es Ankara) es también conocida como la ciudad de las Mezquitas porque hay un montón de ellas. De hecho, te encuentras con una en casi cualquier lado y la vista del horizonte con sus minaretes es inconfundible (como podéis comprobar en esta bonita foto -de mi papi, of course-).
Bueno, el caso es que llegamos por la tarde y mis papis ya tenían pensado un plan para empezar a descubrir la ciudad. Nuestro hotel (en la calle de la trócola… es broma, pero es que en Estambul los comercios se agrupan en las calles según el gremio y en nuestra calle lo que había eran rodamientos y cosas así) estaba cerca del puerto de Eminonu desde donde cogimos un barco (como el de la foto; funciona como un autobús normal que los turcos cogen para ir de un lado a otro de la ciudad) que nos cruzó el Estrecho del Bósforo. Así, en un momento estábamos en Europa y al otro en Asia ¿curioso, no? Estambul es única por muchas razones pero una de ellas es precisamente que está situada entre Asia y Europa.
Esto explica un poco la mezcla de cultura que ahí se vive: mientras que las mezquitas y la gente vestida al estilo musulmán más o menos tradicional te hacen pensar eso, que estás en un país árabe, otras muchas cosas, como la gente vestida de pies a cabeza de Dolce&Gabbana (seguramente ropa falsa porque son especialistas en eso como os contaré en otra ocasión), te hacen ver que son bastante europeos. Comparados con Egipto (ya sabéis que fue nuestro anterior viaje), son muuuuuy europeos, pero claro, la religión se nota por todos lados, aunque aquí se lleve de forma mucho más relajada que en Egipto (beber cerveza no sólo no es problema sino que la Efes Pilsen, su cerveza, nacional, es como un símbolo del país).
Pero bueno, os cuento más cosas que hicimos. Tras disfrutar de una puesta de sol con la silueta de las mezquitas, nos fuimos a cenar y dormir porque el día siguiente lo teníamos completito para recorrer la ciudad, empezando por Santa Sofía. Allí llegamos a primera hora de la mañana y como éramos los primeros no sabíamos exactamente por donde se entraba porque no veíamos la típica cola. Finalmente abrieron y, ya digo, fuimos los primeros en entrar. Se trata de una “iglesia que luego fue mezquita y ahora museo” y que destaca por su enorme cúpula que no necesita columnas para sujetarse (los andamios son para restaurarla, claro); y eso que fue construida en el siglo VI, lo que da una idea de la maravilla arquitectónica que es.
Aparte, en sus tiempos estaba revestida toda por dentro de mosaicos (los famosos mosaicos bizantinos que reconoceréis en la foto). Hoy sólo se conservan unos pocos pero son preciosos y es difícil imaginarse cómo sería en sus tiempos con todas las paredes doradas y llenas de dibujos ¡¡impresionante!! Como ya os adelanté, mis papis se quedaron tan maravillados de la iglesia que pensaron que Sofía sería un bonito nombre para una niña porque, os voy a contar un secreto muy secreto (schhh, que no se entere nadie): para estas fechas andaban ellos encargando un/a pequeñaj@ los muy… ¡Y yo sin saberlo!
Bueno, creo que hoy ya he contado muchas cosas; en el próximo post os sigo hablando de Estambul que aún queda mucho que contar ¿os parece?
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