Hola a todos. No podía dejar pasar la ocasión de publicar en este día mágico, el 29 de febrero, un día que es casi como si no existiera, salvo para los que tuvieron la ¿mala suerte? de nacer ése día (mi papi se quedó muy cerca) de un año bisiesto… Pero bueno, de lo que voy a hablar es de mi viaje a la República Dominicana, un relato que, como sabréis asiduos lectores ;-) me dejé a medias en el último post. Prometí hablaros de las excursiones y ahí voy. La excursión “oficial” que hicimos (¡hay que ver el negocio que hacen las operadoras con las excusiones!) fue una muy típica que te llevan a Isla Saona (el sitio que comentaba en el anterior post) y los Altos del Chavón. Un pueblo pintoresco en el que lo más interesante es ver el río de al lado, el que sale en la foto. Parece ser que aquí (y no en Camboya) rodaron el río de Apocalyse Now, ya sabéis, la peli de Coppola (¿no me digáis que no la conocéis?).
Otra excursión, pero esta "no oficial", fue al Capitán Cook, un restaurante al que te llevan en lancha y que está en la misma playa. Es un sitio curioso porque, al parecer, es de un gallego, así que puedes ver en la barra un par de jamones serranos, algo raro por aquellas tierras. La gracia del sitio, aparte de la tapita de jamón y la barra libre de cervezas, es que se come langosta, lo cual en España difícilmente se puede uno permitir. Tras la comida estuvimos en el Cortecito, una mezcla entre mercadillo y centro comercial, donde "Jill Pocoprecio" y "Johny el más barato" hicieron sufrir de lo lindo a mi papi al que eso del regateo (aunque no se le da mal) no le gusta mucho. Por cierto, a los dominicanos mira que les gusta hablar...
La última excursión fue una salida en lancha para hacer snorkel en la barrera de coral. Que luego ni barrera ni na, pero mis papis (yo me quedé en la lancha, que no sé nadar) pudieron bucear entre un montón de pececitos de colores. Aunque lo mejor vino después porque el monitor, por una propinilla (el deporte nacional), les llevó hasta el barco hundido del que ya hablé y a una jaula de tiburones. Era como un vallado de cuerda dentro del agua de diez metros por cada lado con tiburones y rayas dentro. Mi papi, que es un valiente, fue de los primeros en tirarse al agua (¿ya se han comido a los turistas de la primera excursión, no? Pues al agua...) y pudo ver bastante bien a los tiburones, aunque dice que no tenían pinta de fieros, aunque sí había alguno bastante grande. Pero, claro, teniendo en cuenta que estaban en medio del mar Caribe, tierra de tiburones, y como a tres kilómetros de la playa… ¿quien dice que no iba a ir algún otro tiburón a visitar a la familia de dentro?
En fin, un sitio muy recomendable para disfrutar del mar, aunque da un poco de pena cómo vive la gente de allí y se tiene la sensación de estar en una cárcel de lujo. Y es que fuera de los paradisíacos hoteles la gente vive en la pobreza o se dedican a ver pasar el tiempo (como los de la foto de al lado). Mi papi siempre se acuerda de los camiones de esos de volquete cargados de gente hasta los topes, que nos cruzamos a primera hora de la mañana (cuando la excursión de Isla Saona), y que, como si fueran mercancía, llevaban a los haitianos (vecinos de los dominicanos pero mucho más pobres) a trabajar… Pero bueno, no nos pongamos tristes. De hecho, nuestro recuerdo es el de un bonito viaje con muchas anécdotas, incluido el zorrillo apestoso que se vino en la mochila de polizón…
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